Un Dialogo Sobre el Cristianismo 

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo
Capítulo 5: Un Desvío

Juan se levantó de su asiento y se acercó a apoyarse en el mostrador frente a Miguel. Su movimiento fue algo ligero.

Juan: ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasó?

Miguel: Bueno, yo fui con un amigo a una iglesia para oír a alguien predicar.  Percibí que el hombre que predicaba era sincero.  Mi amigo estaba preocupado por mí, porque yo estaba actuando muy distraído en el trabajo.  Era uno de esos cristianos de quien yo había bromeado.  Estaba agradecido por su preocupación.  Así que me fui, buscando algo de alivio.

El pastor habló, y era algo conmovedor.  Luego le preguntó a la gente a venir al frente del auditorio, si necesitaban ser convertidos.  Me sentí extraño, pero fui al frente.  La verdad es que casi estaba llorando.  Mi amigo me acompañó.  El pastor habló conmigo ahí por unos momentos, y luego otra persona me habló y oró conmigo.  Él me dijo que yo podía ser convertido si oraba algo que él llamaba "la oración del pecador", porque Dios no miente y si él dijo que iba a ser cambiado por venir a él, entonces lo sería.

Hice una oración con él, y él me aseguró que yo era ahora un cristiano.  Ahora sé que era una especie de oración sencilla de uso frecuente en ese tipo de situaciones.  Yo no lo culpo por haberme guiado de esa manera; no me cabe duda que ha habido muchas personas que realmente han venido a Cristo de esa manera.  Pero todo esto realmente me produjo algunas dificultades.  Fui bautizado incluso un par de semanas después de eso.  Sé que el bautismo es bueno, hasta lo había visto en la Biblia, pero es que lo acepté sin entender realmente lo que había sucedido, o más bien, lo que no había sucedido.

Juan: Un poco más lento, si es posible; déjame entender lo que estás tratando de decir.  Parece como si esta situación confundió el asunto considerablemente.  Yo fui bautizado y pasé por la confirmación y todo eso también, cuando yo era un niño.  Pero tampoco tengo ninguna sensación de que algo sea diferente en mí a causa de eso.

Miguel: Tienes razón de que esto produjo confusión.  Participé en todo eso con gran entusiasmo.  Yo tenía ganas de algún alivio.  La presión de toda esta convicción se estaba volviendo más y más fuerte.  Pero más tarde me di cuenta de que nada en absoluto había cambiado en mí.  En realidad no había llegado a ser un cristiano aún.

Te cuento que leí un par de versículos de las Escrituras, que me hicieron prestar mucha atención.  Estoy tan agradecido de que los vi, pues de lo contrario podría estar viviendo bajo una falsa profesión de fe.

La primera fue en Juan 10.27 donde Cristo dijo: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen."  Y el otro tenía que ver con la historia de las tierras donde se dice que la semilla (es decir, la Palabra de Dios), que cae en los pedregales crece primeramente con alegría pero luego se marchita.  Vi entre estos dos versos que yo estaba confundido.  La verdad es que luego llegaría a entender que yo era igual que esa tierra que no podía sostener una planta fructífera.  Era una tierra que había producido algo que parecía ser un cristiano pero que en realidad no lo era.

Juan: Así que me estás diciendo que por pasar por esa experiencia no te hizo un verdadero cristiano más que todas las otras cosas que habías intentado anteriormente.  ¿Es así?  Yo escuché a un predicador por la noche en la televisión decir prácticamente lo mismo.  Igual, él dijo, "Sólo ora esta oración y vas a estar bien."  Tengo que admitir que lo hice igual que tú.  Pero yo no estoy bien.

Miguel: Aquí es donde mi amigo Eduardo empezó a explicar todo de nuevo.  Empezó a tener sentido para mí. Sin embargo le pedí primero, que me explicara las Escrituras que estaba viendo en la Biblia.  Su interpretación de Juan 10.27 era como la mía, pero más detallada.

Ese verso dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen."  Más temprano en el pasaje, Jesús dijo: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen."  Así que él está hablando aquí de una relación que va en ambos sentidos.

Eduardo me enseñó que la Biblia enseña que la manera más segura de saber si uno es uno de los de Cristo, una de sus ovejas, es mirar el asunto de conocerlo.  Él dijo que era una cosa conocer la historia de Cristo, e incluso identificarse con Cristo, como lo haría con cualquier persona en las páginas de un libro.  Pero, la prueba real es conocerlo como persona.  Él me mostró Juan 17.3, donde Cristo dijo: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado."  En otra parte de la Biblia, en Hebreos 8, Dios dice de todo verdadero creyente: "... todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos."

Le pregunté cómo podía saber si yo lo conocía.  Me dijo que los asuntos principales indicados en la Biblia se encontraban en ese pasaje: "Mis ovejas oyen mi voz... y me siguen."  En otras palabras, sin la comunicación, o la revelación de sí mismo a nosotros, no se le conoce en absoluto.  Y si uno no le sigue, o sea, le obedece, tampoco hay evidencia de conocerlo.  La una es interna y la otra externa.  Si una persona se llama a sí mismo “seguidor” pero no sigue, entonces no es un seguidor, no importa cuán convencido esté de que él es un cristiano.  Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen.

Juan: ¿Y todo eso tenía sentido para ti?

Miguel: Diría que sí.  Sabía, al examinarlo más detenidamente, que todo lo que había experimentado era un alivio emocional, pero no un alivio real.  Realmente no había encontrado a Cristo en el momento en que hice esa oración.  Yo no lo conocía.  Yo no había sido llamado por Dios, que es el término que la Biblia utiliza a menudo, ser "llamado".  La Biblia dice que el mensaje de la cruz es necedad para algunos y una piedra de tropiezo para los demás, pero a los llamados, es el poder de Dios para salvación.  Yo había orado una "oración del pecador", pero yo no le conocía, ni tenía aún un corazón como para seguirlo por amor.  Yo no tenía un cambio de corazón.  Odiaba el infierno, pero yo no amaba a Dios.  De hecho, yo podía hacer algunas de las cosas religiosas, pero yo no tenía el corazón nuevo que anhela obedecer a Dios con pasión, que es la seña real de amar a Dios.

Todos mis intentos anteriores para reformarme eran sólo en lo externo.  Mis deseos internos eran en realidad las mismas, a pesar de que traté de obligarlos a cambiar.  Realmente era demasiado orgulloso para hacer todos los pecados que yo quería hacer.  Sabes, mi corazón era mucho peor que mis acciones.
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por Jim Elliff © Christian Communicators Worldwide ~ Usado con permiso