Introducción
Capítulo
1
Capítulo
2
Capítulo
3
Capítulo
4
Capítulo
5
Capítulo
6
Capítulo
7
Capítulo
8
Capítulo
9
Epílogo |
Capítulo
1 Cómo Empezaron Las Cosas
Miguel no estaba
seguro de todo lo que
Juan estaba pensando. Era
cierto que él
era diferente y era consciente de que la diferencia era evidente, pero
esta era
la primera vez que alguien le había comentado algo
personalmente.
Miguel: Así que todo el mundo sabe acerca de los cambios, ¿eh?
Juan:
Creo que todo el mundo ha podido notar la diferencia, aunque no todos
estén de acuerdo. Mira, yo pensé que quizá podrías estar
dispuesto a hablar de estas cosas, por eso vine. Pero si esto
es
algo incomodo para ti, no dudes en decirme que prefieres no tratar el
asunto.
Miguel: No, está bien. Te diré lo que pasó.
Con
esto, Miguel miró atentamente a Juan. Quería estar seguro de que Juan
realmente quería saber y que podría tolerar lo que le iba a decir.
Miguel:
Juan, todo empezó con el dinero. Probablemente sabes que el dinero fue
lo más importante durante la mayor parte de mi carrera. Yo
estaba
tan completamente envuelto en obtener cosas, y en la intriga de seguir
tras el dinero, que nunca había considerado realmente el
cristianismo. No quiero decir que nunca había ido a una
iglesia,
sino que el ir a la iglesia nunca significó nada. No estoy
seguro
de que haya escuchado la verdad de todos modos en los servicios de la
iglesia en aquel entonces. Ir a la iglesia era una función de
formalidad, un tipo de política para quedar bien con la
empresa.
Si hubiera continuado en el camino que iba, creo que hubiera sido un
buen candidato para un infierno muy caliente.
Ahí estaba esa
palabra otra vez. A Juan nunca le había gustado escuchar la
palabra “infierno,” ni si siquiera como expresión ligera.
Pero
últimamente la palabra tenía más importancia. Pensó que podía
terminar allí, si realmente existiera.
Miguel: No creo que
otras personas hubieran considerado mi estilo de vida anterior como tan
extraño. Supongo que siempre habías pensado de mí como
alguien
normal, por lo menos antes de los cambios. Pero ahora me
siento
muy mal por todo. Yo estaba totalmente centrado en mí
mismo. Yo viví un tipo de doble vida, pretendiendo ser
amable,
respetuoso, generoso, etc., pero todo era sólo un medio para obtener lo
que yo quería. Eso era el enfoque de todo lo que hacía.
Tuve
que mentir a veces para conseguir que las cosas salgan a mi
manera. A veces las mentiras crecían. Me hubiera
sentido
bastante mal, si se hubieran enterado, pero lo justificaba y seguía
adelante con mi deshonestidad. Era una práctica habitual en
mi
trabajo. No me importaba la falsificación de la documentación
en
la oficina para que la empresa se vea mejor y para que yo también me
vea mejor.
También hubo algunos problemas matrimoniales en
que me metí. No voy a hablar de eso. Mi esposa y yo
hemos
prometido no dar a conocer públicamente los detalles. De
alguna
manera mi matrimonio sobrevivió, pero a veces me pregunto
cómo.
Fue un lío tremendo en nuestro hogar por un tiempo. Sentía
algo
de remordimiento, pero pronto se me pasaba.
Ah, sí, yo me
reía, como muchos, de los cristianos. Me sentía superior por
que
yo no estaba preocupado con todas las cosas que les
preocupaban.
Parecían tan diferentes al resto de nosotros. Había unos
cuantos
santurrones en la oficina. Nos divertíamos un montón
burlándonos
de ellos. Sinceramente, no sé que tan bien estén en el
cristianismo ahora, pero ya no los fastidio como lo solía
hacer.
En esos tiempos no me preocupaba de nada, más que en quedar bien, y
claro el dinero. Así andaba.
Juan: Tenemos algunos de
esos "hermanos" en mi sección. Nuestra oficina es un paraíso
para
el comediante, y a ellos sí les cae. Para ser honesto, una de
las
razones de por qué todo esto nunca me ha gustado es que el ser
cristiano parece ser una invitación a que todo el mundo se ría de
uno. Incluso se han reído de ti, especialmente en los viajes
cuando ya no salías como antes. Como que te he respetado por
eso,
secretamente por lo menos. Sí, a veces me he reído, pero no
por
dentro.
Miguel: Sabes, en ese tiempo de mi vida yo no tenía
mucha conciencia acerca de mi vida. En comparación a otros,
yo me
creía tan bueno como los demás. Pero de vez en cuando tenía
luchas en mis pensamientos, sabes, en esos momentos de
reflexión
cuando no se puede dejar de pensar en cómo estás viviendo la vida, y
todo eso,… bueno, en esos momentos, casi tuve que sacudir mi cabeza y
obligarme a olvidar lo que realmente era como persona.
Juan: ¿Fue la obra de Dios en ti? Quiero decir, ¿piensas que eso era?
Miguel:
Realmente al inicio no lo creía así. Yo era totalmente
ignorante
de ese tipo de cosas. Yo no sabía que al despertar a la
persona a
su condición pecaminosa, Dios posiblemente estaba empezando su obra de
conversión en él. Tengo que admitir que yo amaba a mis
pecados
tanto que no quería dejarlos. Simplemente no me gustaba lo
que
producían, como los malos sentimientos y las circunstancias
dolorosas. De todos modos, yo no habría sabido cómo dejar de
vivir así. Además, todo esto de los pensamientos profundos
era
tan preocupante para mí que yo hubiera preferido olvidarlo por
completo, como te decía, me sacudía la cabeza y tiraba los pensamientos
al lado.
Juan: ¿Y sí podías olvidarlo?
Miguel: Sí, podía, por un tiempo al menos. Pero luego parecía
volver peor de lo que había sido antes.
Juan:
Tengo algunos pensamientos similares a veces. En realidad, no
a
veces, ¡es a menudo! Es decir, me he sentido como si Dios
estuviera viendo todas mis acciones. Es como que él logra
entender mis motivos y no se pierde el más mínimo movimiento que hago.
Miguel: Claro que nunca me hiciste saber eso antes, pero eso es
exactamente lo que comenzó a suceder en mi caso.
Juan: ¿Qué tipo de cosas hacía que surgieran esos pensamientos?
Miguel:
Un montón de cosas realmente. De alguna manera la enfermedad
o la
muerte de un amigo me hacían volver a pensar en todo eso. El
cáncer de mi padre me dio bien duro. Pensé que nunca sería
capaz
de superar la pregunta, "¿Dónde está papá ahora?" Tú lo
conociste. No le importaba en absoluto nada acerca de
Dios.
Yo tenía un montón de noches en las que pensaba profundamente acerca de
esas cosas. Luego me decía: "¿Y qué de mí?"
Juan: ¿Podrías quitar esos pensamientos de encima?
Miguel:
No tanto, es que para entonces los pensamientos acerca de mis propios
pecados estaban empezando a llegar a apoderarse de mi
conciencia.
Y si intentaba pensar en seguir viviendo como siempre lo había hecho,
aun peor, ese tipo de pensamientos me atormentan el doble, y eso, a
pesar de que tenía muchas ganas de vivir de la manera antigua.
Juan: Entonces, ¿qué hiciste?
Miguel:
Hice lo que pensé que era lógico. Pensé que reformar mi vida
ayudaría a aliviar todo eso. En serio, pensé que si yo no
cambiaba, yo estaría en un buen lío con Dios.
Juan: ¿Qué, entonces, te reformaste?
Miguel:
Sí. Dejé algunos de mis pecados e incluso dejé de pasar tiempo con
algunos de mis amigos. También empecé algunas actividades
religiosas, como orar, leer la Biblia, tratar de tener remordimiento
por el pecado, hablar más la verdad, asistir a una iglesia más sería,
cosas así.
Aparentemente, logré progresar… por un tiempo,
pero luego todos esos pensamientos de muerte y el vacío y la culpa
volvían a mí, no importaba cuánto intenté reformarme.
|